martes, 10 de julio de 2018


REFLEXIÓN SOBRE LA INVESTIGACIÓN EDUCATIVA.
La educación como objeto de estudio de las ciencias que la observan ha permitido avances y a su vez ha aportado al desarrollo y evolución de la investigación, de tal manera que la educación forma parte, al mismo tiempo, del conjunto de sectores o campos donde es aplicable la investigación. Visto así, se podría decir que ambas, educación e investigación, son los elementos esenciales de un sistema de procesos recíprocos y complementarios; así, la educación ha aportado a la investigación tanto como ésta a la educación.

Desde un punto de vista post-positivista la educación ha ofrecido su grano de arena para la comprensión de los fenómenos y objetos de estudios más que para la medición de éstos. La función de la educación como ciencia social se puede resumir, como dice Bisquera y otros, (2009: 26) en “comprender la realidad para transformarla”. Pero, ¿qué implica comprender la realidad? asumir una postura evolutiva del pensamiento y la aceptación de lo que ocurre y acontece a nuestro alrededor; tomar conciencia de la amplitud de la factibilidad, es decir, es posible que todo ocurra, direccionándose específicamente a la tolerancia en la aceptación de que no todo es medible ni se resuelve con la asignación de dígitos numéricos conclusivos.

Ciertamente, gracias al positivismo conocemos las teorías científicas existentes, teorías que tendrán vigencia mientras no salga una que la refute o, simplemente ese dogma perdure en el tiempo.

La investigación educativa nos invita a mirar las cosas desde otra perspectiva vinculando la olvidada simplicidad con lo complejo del ser humano y la interactividad de éste con la naturaleza y su complejidad, intentando trascender inclusive a lo transcomplejo.

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