REFLEXIÓN SOBRE LA
INVESTIGACIÓN EDUCATIVA.
La educación como objeto de estudio de las ciencias que la
observan ha permitido avances y a su vez ha aportado al desarrollo y evolución
de la investigación, de tal manera que la educación forma parte, al mismo
tiempo, del conjunto de sectores o campos donde es aplicable la investigación. Visto
así, se podría decir que ambas, educación e investigación, son los elementos esenciales
de un sistema de procesos recíprocos y complementarios; así, la educación ha aportado
a la investigación tanto como ésta a la educación.
Desde un punto de vista post-positivista la educación ha
ofrecido su grano de arena para la comprensión de los fenómenos y objetos de
estudios más que para la medición de éstos. La función de la educación como
ciencia social se puede resumir, como dice Bisquera y otros, (2009: 26) en “comprender
la realidad para transformarla”. Pero, ¿qué implica comprender la realidad?
asumir una postura evolutiva del pensamiento y la aceptación de lo que ocurre y
acontece a nuestro alrededor; tomar conciencia de la amplitud de la
factibilidad, es decir, es posible que todo ocurra, direccionándose
específicamente a la tolerancia en la aceptación de que no todo es medible ni
se resuelve con la asignación de dígitos numéricos conclusivos.
Ciertamente, gracias al positivismo conocemos las teorías
científicas existentes, teorías que tendrán vigencia mientras no salga una que
la refute o, simplemente ese dogma perdure en el tiempo.
La investigación educativa nos invita a mirar las cosas
desde otra perspectiva vinculando la olvidada simplicidad con lo complejo del
ser humano y la interactividad de éste con la naturaleza y su complejidad,
intentando trascender inclusive a lo transcomplejo.
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